Por qué no van los profes de excursión

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

MARTINA MISER

Acompañar a 50 adolescentes entusiasmados exige un pacto con la suerte

04 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez resulta más difícil encontrar profesores que quieran acompañar a los alumnos en las excursiones. Si se trata de viajes culturales de un día, no hay problema, pero si el viaje dura una semana, los profes se echan para atrás, como ha sucedido recientemente en algún instituto arousano, porque saben que se la juegan.

En la prensa regional española suelen aparecer noticias sobre profesores acusados legalmente de dejación y abandono porque un alumno, al lanzarse por un tobogán a una piscina, se torció un brazo o porque a otro lo atracaron en el paseo de Palma y le robaron el teléfono. ¿Y qué van a hacer los pobres docentes, prohibir que se bañen, acompañar a cada paseante?

He tenido compañeros cuyas vidas cambiaron brutalmente cuando algunos de sus alumnos se escaparon por la noche, se fueron de fiesta y, al cruzar la vía del tren, un convoy atropelló a uno y lo mató. No, no es fácil ir de excursión al frente de 50 muchachos y muchachas dispuestos a comerse el mundo, sobre todo el mundo de la noche.

Cuando me jubilé de la enseñanza el pasado mes de septiembre, suspiré por varias razones, una de ellas fue por haber ido tantas veces de excursión escolar durante 42 años de docencia y no haber tenido ningún incidente grave. Eso solo se lo puedo agradecer a la suerte. Bueno, también a cierta previsión como cuando de una excursión en un instituto cercano al mío regresaron dos chicas embarazadas y supongo que incumplí la ley comprando preservativos y anunciando of the record que, por favor, antes de hacer ninguna tontería pasaran por mi habitación a recoger la gomita anticonceptiva. O hacía eso o me la jugaba. Y no pasó nada.

Mi alumnado era de FP, Bachillerato o, en los últimos años, de estudios superiores. Peor lo tenían los profes de EGB. Recuerdo haber pasado una noche en Puerto de la Cruz (Tenerife) acompañando a unos profes de EGB de Cambados que hacían rondas de vigilancia por una discoteca sin alcohol para evitar que un grupo de jóvenes canarios seductores, ligones sin escrúpulos, entablaran relación con las muchachas. Los espantábamos sin contemplaciones, como si fueran moscas.

En aquellos años, les hablo de finales de los 80, principios de los 90, los profes de excursión éramos una especie de negociadores de la noche. Es decir, sabíamos que los alumnos iban a salir de fiesta y, para tenerlos controlados, lo mejor es que fueran todos a la misma discoteca. Los comerciales de la marcha lo sabían y nos esperaban en el hotel para negociar: autobús hasta la disco, segunda consumición a mitad de precio y gominolas a las dos de la mañana, ofrecía uno. El otro contraatacaba: segunda gratis y sándwiches a las dos… Recuerdo que una vez, en Los Cristianos tinerfeños, un alumno y yo fuimos a negociar a una discoteca y, además de descuentos para el alumnado, nos ofrecieron un reservado con champán y señoritas gratis. Salimos asustados y aún lo recuerdo con el alumno, ya padre y cincuentón, cuando coincidimos en el bar A Perla.

A Eurodisney he viajado cuatro veces. La primera pequé de pardillo, las otras tres, no. Hacía lo siguiente: me iba con los conductores del autobús a un bar de música country a comer y a sabiendas de que, a eso de las cuatro, acabado el café, me llamaría alguna alumna desde la comisaría del parque temático para contarme llorando que estaba detenida por robar un lápiz de Goofy y una tacita del ratón Mickey. Había que pasar por la prisión a liberarla. Por cierto, esa comisaría-prisión estaba llena de ladronas (el 90% eran alumnas) ucranianas, eslovacas, alemanas, inglesas y de todas las regiones españolas porque una de las tradiciones de las excursiones escolares a Eurodisney es volver con regalitos para los colegas, pero tienen que haber sido robados.

Alcohol

Otro problema es el alcohol. Recuerdo un viaje a París, Bruselas y Ámsterdam en el que el conductor, al parar en un área de servicio burgalesa, abrió una parte del maletero y estaba repleta de licores. Allí había de todo y yo no sabía qué hacer salvo prohibirles que bebieran. Al llegar al hotel, nos acostamos y a las cuatro de la madrugada llamaron a la puerta, era la directora del establecimiento, que me devolvía el dinero y nos invitaba a marcharnos por escándalo etílico. Mi mujer, que me acompañaba por primera vez y última (decidió no volver jamás), la convenció para que nos perdonara, pero eso sí, pasé una semana de sereno vigilando habitaciones y pasillos hasta el amanecer.

Esas excursiones eran muy locas porque pasaban de la experiencia infantil de Eurodisney al mundo del hachís legal y la prostitución en los escaparates de los Coffee Shops y el Barrio Rojo de Ámsterdam. Y que no se te ocurriera oponerte porque se trataba de una tradición sagrada hasta para los padres. Mi truco para evitar problemas era meter a los alumnos en un sex shop, hacer una visita guiada y docente en fila india y no volvían a acercarse al Barrio Rojo porque esa visita le quitaba todo el morbo. En fin, no sigo, porque creo que ya han entendido por qué a los profes les cuesta tanto ir de excursión docente.