Farolas rurales y guirnaldas urbanas

J. R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

MONICA IRAGO

Caballero vino a Vilagarcía siendo triste y oscuro, pero aprendió la importancia de la luz

27 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los más divertido y glamuroso del Festival de Teatro Clásico de Mérida es el Momento Peristilo, que tiene lugar solamente los jueves, después del estreno de la semana. Al acabar la función, los invitados notables, la prensa y los actores pasan al exclusivo peristilo, un maravilloso espacio al aire libre, entre columnas romanas, situado detrás del escenario, donde se departe, se dan improvisadas ruedas de prensa y, sobre todo, se come jamón ibérico de bellota y torta del Casar.

En julio de 2019, Abel Caballero acudió a la inauguración oficial del Festival y, tras la representación de Sansón y Dalila, pasó por el peristilo, donde fue más asediado por la prensa, autoridades e invitados que los propios actores, protagonizó decenas de selfis y ocupó las páginas de la prensa al día siguiente. En todas las fotos, aparecía un Abel Caballero sonriente y divertido, rodeado de gente y solicitado por los políticos extremeños, sabedores de que una foto con el alcalde más luminoso de España provocaría una sonrisa y un comentario positivo, divertido y jocoso.

Los alcaldes de ahora, salvo casos muy particulares como Abel Caballero, no tienen el tirón de Tierno Galván, Paco Vázquez, Pascual Maragall, Gabino de Lorenzo o Iñaki Azkuna. Los alcaldes modernos viven tan pendientes de las redes sociales y de las encuestas que pierden espontaneidad y eso no les gusta a sus conciudadanos. El votante prefiere un alcalde natural, que haga el ridículo alguna vez y meta la pata, a un alcalde autocontrolado que hace siempre lo que debe hacer y pasa por la alcaldía sin gracia ni gloria.

En aquella gira veraniega de 2019, Abel Caballero llegó a Mérida tras un bolo en Lugo, donde esa misma semana había cantado, en un concierto con Toñito de Poi, el Hallelujah de Leonard Cohen. Y así ha seguido comportándose el alcalde más popular de España, que ha hecho break dance, ha cantado en mil sitios y ha conseguido que sus ocurrencias, que pasarían por estrafalarias en cualquier lugar, se conviertan en genialidades espontáneas si las hace él. Pero Abel Caballero no fue siempre así.

Trasladémonos del peristilo del Teatro Romano de Mérida en 2019 al balneario de La Concha de Vilagarcía en 1987. Se acercaban las elecciones municipales y el ministro de Transporte, Turismo y Telecomunicaciones del gobierno de Felipe González vino a Vilagarcía para impulsar la candidatura municipal del PSOE y animar a la militancia. Era ministro, era catedrático, era oficial de la marina mercante, pero era muy aburrido y muy frío así que no hubo empujones para sentarse a su lado, sino todo lo contrario: los militantes socialistas preferían la conversación de un divertido marinero de Vilaxoán, que narraba durante las cenas sus viajes en barcos mercantes, sus amoríos en cada puerto y su especial capacidad para descubrir la nacionalidad de una mujer por su perfume, a la conversación tecnocrática y ministerial de aquel señor con barbita recortada formado en Cambridge y Essex que, nadie lo imaginaba entonces, se convertiría con el tiempo en el alcalde más divertido de España.

Entre 1985 (ministro) y 2007 (alcalde de Vigo), Caballero pasó de ser un político soso a ser un hombre público resplandeciente. Entendió mejor que nadie la política de la luz para, trascendiendo la municipalidad aldeana de la farola, llegar a la luminosidad urbana de la guirnalda. Lo critican por despilfarrador y populista, pero no ha hecho otra cosa que oler el aire, entender la importancia de la iluminación y darle al interruptor a lo grande.

De aquella cena en el Balneario en 1987, salió una candidatura tan tecnocrática y profesional que parecía más un consulting que una papeleta electoral. La lista del PSOE estaba formada por economistas, abogados, arquitectos, historiadores, filólogos… La repera intelectual y lo que siempre se le ha pedido a los políticos: que no hagan promesas, que presenten proyectos, que estén bien formados, que no practiquen la demagogia. Así era aquella lista bendecida por don Abel y los resultados fueron catastróficos, los peores del PSOE vilagarciano en los últimos 35 años.

Tratado de economía social

Aquella candidatura preparó un programa municipal para Vilagarcía que parecía un tratado de economía social, urbanismo y acción cultural. Fue alabado por Caballero y se distribuyó por diferentes municipios para que lo copiaran otras candidaturas. Pero mientras en Redondela, Narón o Boiro, además de un programa copiado que nadie leía, los socialistas prometían farolas en las corredoiras y ganaban las elecciones municipales, en Vilagarcía explicaban conceptos teóricos por las aldeas (reorientar, impulsar, proyectar). Rivera Mallo, candidato del PP, pasaba de conceptos, alumbraba el rural y ganaba de calle.

El PSOE vilagarciano aprendió de aquella experiencia y, en las siguientes elecciones, resplandecieron y pactaron con Rodríguez Cuervo, que había hecho una campaña rural casi clandestina prometiendo farolas. Así, con luz y fulgor, gobernaron durante varias legislaturas. También Abel Caballero entendió que la luz era un concepto tan sencillo como resultón, acabó saltando de la farola rural a la luminosidad urbana de la cortina led, la noria gigante y el árbol de Navidad y ya ven, ha inventado el turismo lumínico de masas no solo a Vigo, sino también a Málaga, Granada o Torrejón de Ardoz. Si don Abel viniera hoy a Vilagarcía, habría empujones entre los políticos del PSOE por sentarse a su lado y rogarle que los ilumine.