La ley de Arizona no frenará la inmigración

Tatiana López / Corresponsal NOGALES/LA VOZ.

INTERNACIONAL

Cientos de hombres y mujeres del sur desafían al desierto para tener su parte en el sueño americano, ajenos a la decisión de la Justicia de paralizar de forma temporal los aspectos recurridos de la norma

29 jul 2010 . Actualizado a las 09:22 h.

Todas las fronteras tienen su propia ley. La que separa a EE.UU. y México, que se extiende a lo largo de 1.121 kilómetros, opera también desde hace siglos según sus propias reglas. A un lado está el desierto, la miseria y la desesperación. Al otro, decenas de centros comerciales, el agua potable y la promesa de una vida mejor. La ciudad de Nogales se levanta exactamente en medio de estos dos mundos y los separa con una barrera física, pero también psicológica y moral. Cruzar hasta el lado mexicano solo requiere un paseo de 20 metros, cinco minutos de tiempo y ninguna identificación. Pasar hasta EE.UU., sin embargo, puede costarte la vida.

Son las cuatro de la tarde y el humilde comedor para emigrantes que se erige en el lado mexicano de Heroica Nogales bulle de excitación y hambre. En este rincón del mundo, última parada en México antes de echarse al desierto, a nadie parece importarle la ley migratoria que polariza las opiniones en EE.UU. y que hoy solo entrará en vigor en parte, al decidir la jueza Susan Bolton bloquear los aspectos más controvertidos, recurridos por el Gobierno de Obama.

El guatemalteco José Reinoso, por ejemplo, cuenta que solo tiene 19 años, una mochila y una razón por la que seguir adelante. «Tengo una bebita de 18 meses ante la que tengo que responder, aunque me cueste la vida». Para poder hablarle algún día orgulloso a su familia, salió de su país hace más de un año camino al paraíso del norte. Dos veces tuvo que regresar, deportado por las autoridades mexicanas. Ahora, y a apenas unos metros de conseguir su sueño, no está dispuesto a que a «una ley votada por blancos y que es una ley racista y que no tiene ningún sentido vaya a quitarme las ganas. Yo pasaré para adelante y después, ya veremos».

Migra, víboras y coyotes

El camino que conduce al sueño americano no solo está plagado de policías. «Hasta hace muy poco, la migra, las víboras y la deshidratación eran los únicos enemigos del desierto», cuenta la hermana Lorena, responsable de la única misión que ayuda a los emigrantes. «Hoy la frontera es, además, un territorio libre para los narcotraficantes que luchan por imponerse en el tráfico de personas».

Es la diferencia entre los antes llamados polleros, o personas de pueblo que se dedicaban a pasar a familiares y a amigos, y los recién llegados coyotes, mercenarios a sueldo de los carteles de Colombia y famosos aquí por su falta de escrúpulos.

«Para tratar de que los que van a pasar entiendan la diferencia, nosotros les explicamos que un pollero es aquel que va a hacerse cargo de la manada, mientras que un coyote es el que se come a las gallinas sin más. Lamentablemente, la desesperación no entiende de matices», asegura la hermana. Está todavía afectada porque hace apenas unos días tuvo que decir adiós a una mujer de pueblo a la que un coyote había encerrado durante una semana en una habitación sin ventanas. «Al final volvió a irse con él porque era su única manera de intentar pasar».

Es la fatalidad de lo inevitable. La misma con la que el hondureño Wilfredo Sánchez, recién llegado a Nogales, afronta su destino unas horas antes de echarse a la carretera. «En el desierto hay tres posibilidades. Uno puede morir, puede ser deportado, pero también puede pasar y eso es lo único que importa».

Lamentablemente, existe también una cuarta posibilidad. Que la dureza del desierto, por el que muchas veces te tienes que mover arrastrado, y con temperaturas extremas que pueden pasar de los 40 grados a lluvias torrenciales en cuestión de minutos, te acabe devorando sin piedad. Entonces se pierden incluso las ganas de volver a intentarlo cuando fracasas. Benjamín Prados, un adolescente de 13 años que hace apenas dos horas acaba de ser detenido por la guardia fronteriza, no quiere ni oír hablar de regresar al desierto. «No pienso volver ahí», dice intentando contener el llanto.

Demasiado niño para entender el peligro al que se acaba de exponer, pero demasiado hombre para llorar al lado de sus compañeros de fatigas, como Benjamín hay al menos 20 menores de edad que son atrapados todos los días en mitad de su travesía y repatriados a Nogales.

«A algunos los pilla la policía por su falta de experiencia y otros se acaban entregando también porque se han quedado sin agua y sin comida», explica María Guadalupe, encargada del centro de acogida de menores de Nogales. Mujer curtida en el lado oscuro de la frontera, se ha visto obligada incluso a recoger a niños de cuatro años entregados por sus padres a los coyotes».

Hijos y padres a la vez

La gran mayoría de los que llegan hasta aquí, sin embargo, salen en realidad siguiendo los pasos de sus padres, emigrantes irregulares. Es el caso de Rubén Soria, también detenido por la policía, y que dice que se parece a una madre de la que ya no se acuerda, que lo dejó «con dos años, pero que me va a reconocer en cuanto me vea por la ropa que llevo».

Rubén reúne en su persona la transición del hijo que busca a sus padres emigrados, y del padre que emigra dejando atrás su propia descendencia. Deja en Tijuana una novia adolescente que está embarazada de cinco meses, pero ahora mismo no piensa en regresar a su lado. «Yo pienso volver a intentarlo. Quiero una vida mejor y eso no hay ley ni Dios que lo detenga».