Analfabetos en la primera potencia

Tatiana López

INTERNACIONAL

Con uno de los mayores índices de iletrados de los países industrializados, Estados Unidos afronta ahora el reto de remodelar su sistema educativo

01 mar 2008 . Actualizado a las 22:42 h.

Siete millones de personas son incapaces de leer o escribir en los Estados Unidos. Si se trata de descifrar textos de mediana dificultad, o simplemente completar una oración, el número de habitantes se eleva hasta la alarmante cifra de 30 millones. En números comparativos Norteamérica ostenta el puesto número 19 en la lista de países alfabetizados de la UNESCO, muy por debajo de naciones como Cuba (que ocupa el número 3) o de la República de Georgia, único territorio con un 100% de ciudadanos letrados.

Considerada una de las realidades más incómodas en una nación capaz de liderar campos como la investigación o la ciencia, el problema del analfabetismo no es sin embargo una novedad en el país de las libertades. Concretamente habría que remontarse a 1955, cuando el escritor Rudolh Flesch publicó su superventas ¿Por qué Johny no sabe leer?, para encontrar los indicios de una de las epidemias más peligrosas y duraderas al norte del río Bravo: la de los analfabetos funcionales.

Aunque la investigación de Flesh acababa culpando a la incompetencia del Gobierno, incapaz de marcar directrices claras para la educación de los menores, lo cierto es que muchos parecen ser los factores que contribuyen a este fenómeno capaz de sobrevivir a varias Administraciones y a más de una docena de propuestas educativas.

Con especial incidencia entre los estratos más bajos de la sociedad, al menos un 60% de los actuales convictos adolecen de los conocimientos mínimos para rellenar un formulario. Aunque los expertos admiten que la marginalidad juega un papel importante en la falta de vocabulario, también la televisión (cada niño dedica una media de cuatro horas a la caja tonta) ha sido acusada de interferir en el amor por la lectura de los menores. Unas distracciones que no serían importantes de no hallar en el actual sistema educativo el perfecto aliado para el fracaso escolar.

Ni un niño detrás

No solo son dificultades lingüísticas: los estudiantes norteamericanos ocupan además los puestos más bajos en materias como las matemáticas o las ciencias. Una situación que se ha visto empeorada en los últimos siete años tras aprobación de la polémica ley de educación Ni un Niño Atrás. Aclamada como un triunfo personal del propio presidente Bush, quien llegó a contar con el apoyo de los demócratas para sacar adelante la legislación. El principal objetivo de la regulación es conseguir que todos los niños del país sean competentes en lectura, matemáticas y ciencias antes del 2014. Una meta para la cual se exige a los centros públicos cumplir con una serie de requisitos, como un alto índice a aprobados, bajo la amenaza de no renovar el contrato a aquellos que no lo logren. Como no podía ser de otra forma, la ley conseguía encender la ira del gremio de profesores indignados ante las expectativas «poco realistas» de la normativa. Con fama de lavar tan solo la cara de un sistema ineficiente los críticos acusaron también al presidente de presionar a los colegios en su búsqueda de buenos resultados: «Básicamente es que, si en España a ninguno nos temblaría la mano para suspender a alguien, aquí las implicaciones son mucho mayores por el trauma que supone al final para los padres, el alumno y hasta el propio colegio». El que habla es Samuel Fernández, profesor visitante en uno de los Institutos de Washington D.C.

La educación como programa

En números exactos, apenas 40.000 dólares al año es el sueldo medio de un maestro. Un agravio comparativo en términos financieros que se refleja en el alto índice de abandonos, que ronda el 30%, protagonizado sobre todo por los docentes primerizos.

Con la presión de tener que contratar al menos 2,8 millones de nuevos profesores en los próximos ocho años, las propuestas para mejorar los niveles educativos pasan desde bonificaciones para los tutores en función del número de aprobados, una iniciativa llevaba a cabo en Florida, hasta dinero en mano para alumnos y padres, tal y como hace en estos momentos el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, quien premia a los buenos alumnos por cada día que acuden a clase: «Hay que tener cuidado con qué propuestas se llevan a cabo. Por ejemplo, dar dinero a los alumnos puede traducirse en amenazas a nosotros para que los aprobemos y conseguir así el efectivo» advierte de nuevo Fernández, quien ha trabajado en algunos centros conflictivos de la zona.