Fallece Agapito, el paciente de la 415 durante casi 80 años

GALICIA

Tenía 3 años y una discapacidad psíquica cuando fue abandonado ante el Hospital Provincial de Pontevedra. Allí pasó su vida

27 abr 2010 . Actualizado a las 15:03 h.

La habitación 415 del Hospital Provincial de Pontevedra pasará a la historia como la de Agapito Pazos. Durante casi 80 años fue su única casa, y el equipo médico de medicina interna, su única familia. Ellos eran los pocos que sabían que para darle una cucharada de sopa había casi que engañarlo, pero cuando había un sándwich para merendar, no había quien le saciase el apetito.

Lo que hoy es un hospital del Sergas fue en sus inicios el único centro de beneficencia de la provincia. A sus puertas abandonaron un día de 1933 a Agapito Pazos aquejado de una discapacidad psíquica y una distrofia muscular en los miembros inferiores con deformación y distrofia en su mano derecha. Tenía 3 años. Ni siquiera las monjas pudieron hacerse cargo de él. Sus tutores legales desde 1993, de la Fundación Sálvora, suponen que fue su familia la que lo dejó en el torno giratorio de la entrada para no volver a salir nunca más del hospital, salvo cuando Eloy, uno de los celadores, ya fallecido, se lo llevó dos días a ver el mar de las Rías Baixas. El resto de su vida la pasó entre las cuatro paredes de la habitación. Desde su cama controlaba los cambios del jardín trasero hasta que el pasado sábado cerró sus ojos para siempre.

El jefe del servicio de medicina interna del Complexo Hospitalario de Pontevedra, José Manuel de Lis, reconocía que «es una pérdida muy grande, ha pasado toda su vida en el hospital, primero a cargo de pediatría y ahora de medicina interna». Aunque últimamente ya no hablaba, la expresividad de su mirada era suficiente para que las enfermeras de la planta supiesen qué le pasaba. «Yo lo recuerdo cuando todavía hablaba y devoraba el queso que le poníamos», indica el supervisor de planta, que ayer se resignaba al explicar que «la cama ya está ocupada por otro paciente».

Ahora todos son buenos recuerdos de su vida en el hospital, pero a los trabajadores más veteranos se les escapa una media sonrisa cuando recuerdan que «también tenía su carácter y se enfadaba de vez en cuando». Pero Agapito Pazos no era un paciente de la cama 2 de la habitación 415. Él era «el paciente». «Esta mañana se me ha hecho muy raro pasar por el pasillo y no verlo», explica Lucía, una de las profesionales que lo mimaban y que ayer ya lo echaba de menos, sobre todo cuando tuvo que cambiar la orientación de la cama y convertir el espacio de Agapito en un número más del hospital.

Los cubiertos, con sus iniciales

Y como cualquier vida, los recuerdos materiales de Agapito estaban en su casa, el Hospital Provincial. Era el único paciente que tenía cubiertos con sus iniciales, una habitación a su gusto y la cama orientada hacia la ventana. Sus peluches estuvieron a punto de ser donados al servicio de pediatría, pero para evitar posibles infecciones, el equipo médico descartó esta idea. «Cuando se hizo el traslado de edificio -antes medicina interna estaba en otro bloque, el de San Roque- en la mudanza fueron los muebles y Agapito», recuerda, con más dosis de cariño que de humor, el supervisor que en los últimos 30 años se preocupó de que Pazos fuese feliz. El equipo médico, en el que Agapito tenía sus preferencias, y sor Ana y sor Manuela, que durante años venían a verlo casi a diario, eran las pocas personas que lo entendían con la mirada, incluso cuando se negaba a comer la sopa del menú.

Su sonrisa no se apagó hasta los últimos meses, pese a que fue operado de un cáncer de estómago y sufrió un ictus que ahora ya le impedía hablar.

La esquela de los enfermeros

En el corcho de la sala de descanso de medicina interna todavía cuelga la lista de los más de 40 compañeros de la planta que pagaron una esquela por un amigo más que un enfermo. Ayer descubrieron su segundo apellido. En el expediente médico de Pazos solo aparecían su nombre y el primer apellido. Al rebuscar sus datos para cubrir el parte de fallecimiento, descubrieron que su nombre completo era Agapito Pazos Méndez y que había nacido 80 años antes en Lalín.

Pero ¿cómo se permitió que un paciente estuviese toda la vida en el hospital? En 1993, cuando el centro sanitario se integró en la sanidad pública hubo un intento de trasladar a Agapito a una residencia, relata Antonio Zulueta, presidente de la Fundación Sálvora, quien explica que «o xuíz dictou unha sentencia dicindo que non podía cambiar de espazo porque afectaría gravemente á saúde da persoa. Foi unha medida rara e excepcional».

El equipo de medicina interna del Chop y los responsables de la Fundación Sálvora despidieron ayer a Agapito Pazos, que fue enterrado en un nicho propio en el cementerio de San Mauro. Porque aunque no tenía familia ni propiedades, sí recibía una paga por incapacidad que gestionaba la Fundación.

Ochenta años de vida entre las paredes del hospital se apagaron este fin de semana, aunque el espíritu de superación de este amante del queso quedará para siempre en la habitación 415, la habitación de Agapito Pazos Méndez.