Luis Landero: «La ficción sirve para eludir el destino e intentar engañar a la muerte»

FERROL

El novelista advierte de que «la cultura ha perdido el papel salvador que tenía»

24 mar 2010 . Actualizado a las 12:52 h.

Hay en Luis Landero (Alburquerque, 1948), autor entre otros magníficos libros de Juegos de la edad tardía , Caballeros de fortuna , El mágico aprendiz y Retrato de un hombre inmaduro , algo difícilmente definible que los grandes novelistas tienen en común (y esto es por poner un ejemplo...) con los maestros de la fotografía. Y que podría ser, vamos a ponerlo así, la capacidad de ver el mundo como los demás nunca vemos. Disculpen el preámbulo, bien sabe uno que no son horas, pero la observación viene a cuento por lo siguiente: porque escuchar hablar a Landero, que por cierto es un guitarrista excelente, es recordar que la realidad no termina donde se acaba la evidencia, en contra de lo que tantos sostienen. José Antonio Ponte Far y este que les habla cruzamos ayer a su lado, caminando, el barrio de A Magdalena, y todo, hasta la última galería, parecía, envuelto en sus palabras, nuevo. Anoche inauguró, en la Fundación Caixa Galicia, el ciclo de conferencias dedicado a Torrente Ballester.

-Tal y como se está poniendo el patio, ¿para qué diría usted que sirve la ficción?

-La ficción sirve para eludir el destino e intentar engañar a la muerte; para poder sentirnos creadores y distraernos pensando que tenemos alguna alternativa frente a aquello en lo que vamos a caer. Porque podemos estar terriblemente seguros de que sí, de que nosotros caeremos...

-Cuando falleció Gonzalo Torrente Ballester, un autor que cambió la literatura europea, se decía que su memoria pasaría por un cierto «purgatorio», pero que volvería a estar donde merece. Pero eso no ha sucedo aún.

-¿Purgatorio, dice...? Sí, ese es el problema. Gonzalo Torrente Ballester tendría que estar en el Séptimo Cielo, y lo estaría si fuese francés o inglés, pero aquí sigue sin hacérsele justicia. También por una visión política bastante obtusa. Torrente poseía una imaginación insólita, frente a este realismo alicorto nuestro. Era, por un lado, un autor muy hispano, pero por otro también bastante vinculado a la tradición británica. Le pasaba lo que le pasó a Cervantes.

-Frente a tanto libro de consumo rápido, destinado a ayudar a pasar el tiempo, ¿qué futuro le espera a la verdadera literatura?

-No soy optimista, con respecto al futuro de la literatura. ¿Quién lee hoy realmente a Torrente, o quién lee a Kafka? El canon literario está pervertido. Antes ese canon nacía de la universidad, pero ahora, ¿de dónde nace?

-Malos tiempos para la verdad poética, en el áspero reino de Belén Esteban.

-¡Claro...! Porque el problema es la puerilización de la sociedad. ¿Dónde ha quedado el buen gusto? ¿Quién va a discriminar hoy, quién va a darle a la alta literatura el legar que le corresponde, el que merece? Las Humanidades están perdiendo fuerza ante lo que la sociedad desea. Estamos en minoría. El panorama es desolador.

-Pero ¿de verdad cree usted que la vulgaridad televisada, los insultos en Internet y la pérdida de amor por la cultura serán, a medio plazo, más fuertes que la convicción faulkneriana de que, frente a toda adversidad posible, el hombre prevalecerá...?

-¿Si lo creo yo...! Y usted, ¿qué cree? ¿Cuánta gente lee hoy a Faulkner? ¿Quiere que le diga que lo que amamos no perecerá? Puede ser que sobreviva, entre una minoría. Pero estará casi oculto. En las catacumbas. Porque en España siempre hemos luchado por una buena educación, pero también ahí hemos fracasado. La escuela, que ha caído en combate, es la otra gran víctima de todo esto. Lo que está ocurriendo no solo le pasa a la literatura. ¿Ha observado usted cómo cada vez se confunde más la divulgación con la Historia? Y de lo que ocurre con la filosofía, como disciplina, ya ni digamos. No sé si tendremos una segunda oportunidad. Se ha hecho liquidación de los viejos valores. La cultura ha perdido el papel salvador que tenía. Como las ideologías. Nuestra sociedad es cada vez más estúpida.

-Entonces, ¿qué nos queda?

-No lo sé. La sociedad empieza a ver la literatura que amamos como algo propio del pasado. Lo que ahora se admira es el dinero, el éxito a cualquier precio. La vulgaridad se cultiva. Los viejos valores han caído.