«Si naciese de nuevo, sin ninguna duda volvería a ser acordeonista»

B. Antón

FERROL

02 oct 2007 . Actualizado a las 02:00 h.

La pasión de Virginia Calvo (Río de Janeiro, 1955) se llama acordeón. La primera vez que tuvo uno entre sus manos fue a los siete años. Y ya nunca se despegó de él. «Si naciese de nuevo, sin ninguna duda volvería a ser acordeonista», dice con una sonrisa enorme en la boca. Además de ser profesora, Virginia preside la asociación que agrupa a los acordeonistas de la comarca ferrolana y lleva la batuta de tres agrupaciones: la orquesta Lembranzas, el grupo de cámara Azabache y la banda folk Badaladas.

-¿Cómo le da a una niña de siete años por aprender acordeón?

-Pues muy sencillo. Vengo de una familia de músicos, soy hija y nieta de acordeonistas y desde pequeñita siempre estuve muy acostumbrada a escuchar su sonido en casa. Mi infancia fue tocar el acordeón.

-¿Dónde lo aprendió?

-Primero estudié en Brasil, pero cuando mis padres regresaron a Galicia, cuando yo tenía tenía 13 años, me encontré con un problema. Aquí no tenía donde seguir estudiando, porque el acordeón había sido desterrado de las orquestas por el teclado electrónico y tampoco se podía aprender en el Conservatorio. Tuve que esperar hasta el año 1991 para empezar la carrera en Barcelona.

-Durante siete años ha dado clase en el conservatorio. ¿Qué le aporta el acordeón a los niños?

-¡ufff...! Muchísima satisfacción. Aunque no es un instrumento fácil de aprender, sí es muy agradecido porque, en muy poco tiempo, el niño es capaz de sacar algo de él. Le ocurre como a la flauta, que con cuatro posiciones ya puedes tocar muchas canciones.

-¿Es un instrumento de verbena?

-Es de verbena, pero también es un instrumento de concierto. Y ahí está su grandeza. El acordeón puede animar una romería, pero también se puede escuchar tranquilamente en un teatro. En un funeral o en un club de jazz. Es como una pequeña orquesta metida en un solo instrumento y por eso puede con todo. Es algo asombroso. -Para finalizar, pida un deseo. -Que Ferrol cuente algún día con una escuela municipal para que los niños sepan cómo suena cada instrumento y para que aprendan a amar la música desde pequeñitos.