Arte genético entre lienzos y vinilos

A CORUÑA

Cerrada la época en la que marcaba tendencias musicales desde el Clangor, sus pinceles lo llevan en mayo a Shanghái

12 abr 2010 . Actualizado a las 12:46 h.

Su naturaleza inquieta y su vocación artística, sumadas a una capacidad de acierto con el público más que notable, han convertido a Fernando Pereira en una figura imprescindible en cualquiera de las facetas que ha desarrollado con el paso de los años, bien como disyóquey referencial o como pintor. Tanto es así, que en mayo llevará su exposición Discurso abstracto hasta Shanghái, dentro de la semana que la Expo dedica a Galicia: «Son 21 obras de gran formato, con el lío de burocracia y coste que supone trasladarlas hasta allá», explica Pereira arqueando las cejas.

Su inclinación artística le viene por vía genética, directamente de su padre: «Lo tenía en casa. Siempre estaba revolviendo las pinturas de mi padre». No pierde ocasión para reivindicar la figura y la obra de Tomás Pereira, un pionero del arte abstracto en Galicia, y de quien quiere realizar una retrospectiva. Una cuestión de justicia. De hecho, cuando es preguntado por su estilo pictórico, no tarda en responder: «Lo mío es pereirismo, nada más. Y hecho desde aquí, que siempre me negué a emigrar».

Siguiendo esa senda marcada por los pinceles paternos, se fue muy joven a estudiar arte a Londres, pero allí encontró mucho más que formación artística: «Me volví con todo el punk y la new wave y lo volqué en el Clangor, que era donde se podía escuchar por aquel entonces a Police o Joe Jackson». Tomó así las riendas del rebautizado Playa Club, que llevaba su padre, en su máxima época de esplendor. «Mi generación se dedicó a cambiar la pana por el cuero», dice citando a Loquillo, a quien le une una amistad desde la época en que el músico hacía la mili por estas tierras.

No tardó en exportar la fórmula del templo dedicado al rocanrol a Santiago, ya que «allí había gente los siete días de la semana». El fin abrupto y violento de su aventura hostelera llegó con el estallido de una bomba colocada en su local compostelano por independentistas radicales en el año 90: «Eso marcó mi vida. Nunca un club joven cerró de forma tan violenta e injusta», recuerda. Y el vacío que dejó está todavía por llenarse: «Hace falta un foro como aquel, una referencia que luche contra el culto al mal gusto», apunta certero. Está pendiente el rodaje de una película sobre estos hechos y un concierto que conmemorará el vigésimo aniversario del cierre de la discoteca: «Será a finales de año. Por una noche tan solo volverá a abrir el Clangor», cuenta Pereira.

Aquella aventura quedó atrás en la vida del pintor: «Los jóvenes necesitan alguien en la cabina con quien identificarse, alguien de su edad. En aquellos años, pinchar no me dejaba tiempo para la pintura, y terminó siendo al contrario», explica. Aunque su colección de vinilos se cuenta por miles y «al lado del caballete hay un tocadiscos funcionando constantemente».