Tiempo de ocio

Maxi Olariaga

BARBANZA

29 nov 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

El ocio, el uso del tiempo libre es un asunto serio. Recuerdo a mi maestra doña Manola agitando su varita de mimbre dorado: «Estás distraído pensando en las musarañas». Y también recuerdo que muchos años más tarde, pensando en las musarañas, consulté un diccionario para saber exactamente en qué pensaba. ¡Qué decepción! Jamás de los jamases hubiera dejado pasar el tiempo pensando en esos animalillos de Dios. Más bien, en la escuela, mi imaginación trepaba por las tapias del jardín y saltaba al otro lado, donde los galeones cargados de oro y especias eran abordados por filibusteros y piratas. Podía ver al timón al mismísimo Long John Silver escupiendo tabaco empapado en ron sobre la cubierta y a su papagayo envuelto en las nubes de pólvora que flotaban sobre la nave. Y tras los cristales biselados del camarote de Errol Flynn adivinaba la mirada verde de una princesa india, ansiosa tras las cortinas de sus pestañas negras como la tinta de la pluma de Salgari. Eso veía yo y no musarañas. También recuerdo como musaraña predilecta a Nathalie Wood escuchando el canto de su amor, María, María, María? y al Principito contando las estrellas con una flor en la mano.

Luego vinieron los pasatiempos, los crucigramas, los jeroglíficos, los ocho errores y los dameros. Así pasé momentos de desfallecimiento o simplemente horas blancas en las que la conversación se agota o no encuentras a un amigo también náufrago en el denso mar de la soledad.

Los médicos ahora aconsejan perder el tiempo ante los modernos sudokus y los crucigramas de siempre para ganar días a la vida en inmejorables condiciones cerebrales. ¿Para qué? Tal vez para matar las horas de la vejez resolviendo más y más pasatiempos y estar así absolutamente despejado y consciente de que los años te han convertido en un estorbo, en un nido de enfermedades incurables, en un motor que jadea a cada vuelta de biela.

Cuando verdaderamente llega la edad de ociar, de ver pasar las horas sobre el mar o sobre la mies acamada por el viento, resulta que las musarañas se han convertido en mil pesadillas que en lo oscuro te atormentan y te persiguen sábanas arriba hasta la almohada. Y recuerdas aquel día en que te portaste mal con un amigo o que ofendiste a tu hermano o que defraudaste a quien te amaba. Aquella mala hora en la que pecaste contra ti mismo olvidando que eras tu obra, la más importante, la genuina. El crucigrama que ciertamente estabas obligado a resolver para así solucionar tus relaciones con el exterior.

Había pasado el tiempo de los galeones y los piratas y tú te habías quedado anclado en las doradas playas donde se aparean los albatros bajo la Cruz del Sur. Así que te habías enrolado de mala gana en el vapor de Marcel Proust llamado En busca del tiempo perdido donde te dieron empleo como vigía ciego. Allí subido a la cofa te pasabas el tiempo contando los aleteos de las gaviotas y los embates del oleaje en las amuras. El sincopado crujir del bauprés anunciando el rumbo fijo hacia la isla última donde te esperaba el gran jeroglífico, la solución de tu vida. Allí, sobre la arena brillante, estaba doña Manola en su mecedora con su varita de mimbre esperándote para saber si serías capaz de resolver el enigma y, por ello, tu vida habría valido la pena. Te dejaría una pluma de oro y comenzarías a dar la solución escribiendo sobre la arena. Cuando ya la vislumbrabas, una ola desagradecida se la llevaba con su lengua de agua salada.

En estas musarañas pienso cuando veo a cada vez más gente de toda edad resolviendo en soledad o en grupo, los pasatiempos de La Voz. Tal vez estén inconscientemente ensayando, preparándose para resolver el último gran crucigrama blanco cuya solución les dará la llave de la eternidad.

Fe de erratas: En el artículo del domingo 22 de este mes se deslizó un error en el titular. Donde dice La muerte del marqués , debía haber figurado La huerta del marqués .